25.11.13

PECHA KUCHA NIGHT VOL.16

PechaKucha Night Sevilla. Volumen 16. Edición especial. ACCIONES COMUNES. 12 acciones 12 speakers.




ALGUIEN TIENE QUE HACERLO

Amalia Bautista

Francesc Català-Roca, Barrenderos en Recoletos, Madrid, 1952.























La basura es igual
en todas las ciudades de este mundo.
La inmundicia es la misma,
la misma su textura pegajosa
e idéntico su brillo bajo el chorro
de la manguera.
Siempre mirando al suelo,
a veces descubrimos
los tobillos más dulces.
Y eso nos justifica la postura,
encorvada y servil,
durante algún minuto
de las largas jornadas.

Amalia Bautista. Falsa pimienta. Renacimiento. Sevilla, 2013

TENTATIVA DE AGOTAMIENTO DE UN LUGAR PARISINO

Georges Perec

Jacques Prevert fotografiado en Gueridon por Robert Doisneau, París, 1955.




























Hay muchas cosas en la Place Saint-Sulpice: por ejemplo, un ayuntamiento, una delegación de Hacienda, una comisaría de policía, tres cafeterías (una de ellas con estanco), un cine, una iglesia en cuya realización participaron Le Vau, Gittard, Oppenord, Servandoni y Chalgrin, dedicada a un capellán de Clotario II, que fue obispo de Bourges de 624 a 644 d. C., y cuya festividad se celebra el 17 de enero; una editorial, una empresa de pompas fúnebres, una agencia de viajes, una parada de autobuses, una sastrería, un hotel, una fuente decorada con las estatuas de los cuatro grandes oradores cristianos (Bossuet, Fénelon, Fléchier y Massillon), un quiosco de periódicos, una tienda de objetos piadosos, un aparcamiento, un instituto de belleza y muchas cosas más. 

Buena parte de esas cosas, si no la mayoría, ya han sido descritas, inventariadas, fotografiadas, explicadas o registradas. El propósito de este texto consiste más bien en describir lo demás: todo aquello que por lo general no se percibe, aquello de lo que no solemos darnos cuenta, lo que carece de importancia: lo que ocurre cuando no ocurre nada, solo el paso del tiempo, de la gente, de los coches y de las nubes.

DÍA 1

LA FECHA: 18 DE OCTUBRE DE 1974
(VIERNES)
LA HORA: 10.30 
EL LUGAR: TABAC SAINT-SULPICE 
EL TIEMPO: FRÍO SECO. CIELO GRIS. ALGUNOS CLAROS.

DÍA 2

LA FECHA: 19 DE OCTUBRE DE 1974 
(SÁBADO) 
LA HORA: 10.45 
EL LUGAR: TABAC SAINT-SULPICE 
EL TIEMPO: LLUVIA FINA, DEL TIPO LLOVIZNA

DÍA 3

LA FECHA: 20 DE OCTUBRE DE 1974 
(DOMINGO) 
LA HORA: 11.30 
EL LUGAR: CAFÉ DE LA MAIRIE 
EL TIEMPO: LLUVIOSO. EL SUELO ESTA MOJADO. CLAROS PASAJEROS.


Georges Perec. Tentative d’épuisement d’un lieu parisien. 
Publicado originariamente por Christian Bourgois éditeur, 1975. 
(Tentativa de agotamiento de un lugar parisino. Gustavo Gili. Barcelona, 2012. Traducción de Maurici Pla).

19.11.13

EL TIEMPO TOPOLÓGICO

Agustín Fernández-Mallo




Transformaciones topológicas
TRADUCCIÓN-TOPOLOGÍA

Traer algo y dejarlo en otro receptáculo es darle una traducción y una nueva semántica que, lejos de tener que ver con el tiempo, multiplica el espacio a través de la transcodificación aplicada. Leemos bajo un código, y de pronto ese código cambia. Traducir es perder cierta información para generar otra. Algo se pierde en el camino para ganar otra cosa. Entiendo que esto es a lo que la matemática llama topología: “La disciplina que no estudia lo que miden los objetos o las distancias entre ellos, sino las trasformaciones continuas de los objetos, cómo un objeto puede ser deformado de manera continua hasta llegar a ser otro de apariencia totalmente distinta, aunque topológicamente sean la misma cosa”.

El ejemplo clásico es el de la rosquilla o donut que, tras deformarlo, se convierte en una taza con asa. Desde un punto de vista topológico, la taza con asa y el donuts  son el mismo objeto, ya que ambos tienen un solo agujero. No obstante, ha cambiado de apariencia, “uno se ha traducido en otro”, de alguna manera no son ya la misma cosa. Por ejemplo, topológicamente yo soy el mismo que cuando nací, mi cuerpo tiene los mismos agujeros, pero mi aspecto no es el mismo; por lo de pronto, cada 15 años todas las células del cuerpo –salvo cierta clase de células cerebrales y otras de los ojos–, se renuevan, mueren y son otras.

Todo esto está relacionado con mi literatura –incluido el género ensayístico–, que opera importando materiales ajenos para mezclarlos con los propios, deformar productos originales o de segunda generación, sacarlos de quicio, desviarlos y enchufarlos a otras corrientes, que no son casi nunca temporales sino espaciales en el sentido en que estamos usando la palabra espacio.

Vistos a posteriori, esas literaturas no cuenta historia alguna (tiempo), sino que construye una historia en relaciones espaciales.

En la modernidad, el horizonte utópico trataba de acoplar el hombre a la máquina –el sueño cyborg es principalmente moderno, y ya antes Newton hablaba del Mundo como una Máquina, sólo que acoplada a Dios en vez de al hombre–, y una máquina, principalmente, “cuenta una historia”, genera una historia, en tanto sus procesos básicos se relacionan con el tiempo o con la eficacia de sus piezas en virtud de su desarrollo temporal. En la posmodernidad tardía, el horizonte utópico es la Red, el ser humano desea estar fundido en una Red Global, y las redes no hablan de tiempo sino de topologías y de espacios.

TIEMPO TOPOLÓGICO-HIPPIES DIGITALES

Me remonto a la idea tiempo que me llegó a través de la obra y los textos de Robert Smithson, quien extrajo, a su vez, su idea de la temporalidad de los textos del antropólogo Lévi Strauss, El pensamiento salvaje (1961) y Mito y significado (1972).

El concepto de tiempo del que me valgo, aplicado a mis necesidades, es que no existe progreso, al menos en cierto sentido convencional de la palabra.

Solemos pensar que las personas, y por añadidura las civilizaciones anteriores a las nuestras, poseían un pensamiento menos avanzado y menos sofisticado que el actual; quizá no sea así, quizá el hombre primitivo era un artefacto tan inteligente y sofisticado como nosotros lo somos hoy. No en vano, cuanto más pasa el tiempo más entendemos aquel pasado. Tanto el paso del tiempo como nuestro desarrollo, nos acercan al hombre primitivo en vez de alejarnos de él, de manera que, en cierto plano, nuestro tiempo es su mismo tiempo. Si el hombre primitivo fuera menos sofisticado que nosotros, el paso del tiempo nos alejaría de él en vez de acercarnos. Y esto constituye para mí una de las ideas claves para visualizar y relacionar los materiales de que dispongo. Que nadie vea en esto una apología del primitivismo cultural común a los inicios del siglo XX, nada más lejos de mi realidad, sino mi idea de que el tiempo es algo que no avanza según una recta. En efecto, entiendo el tiempo como una superposición y entrelazamiento de capas de momentos históricos. O un globo que crece a medida que va conteniendo y actualizando en su superficie todo lo ocurrido hasta entonces. El tiempo de las obras no es un tiempo vectorial. Cada punto de la Historia es una superposición de toda la Historia. Me interesa, en particular, la idea del “tiempo topológico” apuntada por el californiano George Kubler en su libro Shape of time (1962) (La configuración del tiempo). Tiempo topológico que él distingue del tiempo biológico así como del cronológicamente vectorial o hegeliano.

Entiendo “tiempo topológico” como aquel que busca asociaciones entre objetos, ideas o entes que se dan simultáneamente, en un tiempo presente, cosas que forman un sistema, aunque algunos de esos objetos, ideas o entes que conforman ese sistema hayan sido originados hace siglos y otros hace apenas un minuto.

Las cosas se desarrollan por copias y réplicas ligeramente mutadas, y éstas cosas se conectan en lo que hoy llamamos redes. El ser humano es, tanto genética como antropológicamente hablando, una máquina de copiar introduciendo cambios, errores en la copia. El ojo, ante todo, copia. Un recién nacido, ante todo, copia. La computadora, ante todo, copia. Y tras esas copias vienen las mutaciones interesantes. También los objetos se desarrollan por errores, el error es una fuente de cambios interesantes, una red de errores puede dar origen a muchos aciertos.

El lugar en donde conviven hoy al mismo tiempo y conectados todos los objetos, ideas o entes, ya sean originales, copias o errores, antiguos o contemporáneos, es Internet, espacio físico y simbólico en el que el tiempo parece realmente la suma de todos los tiempos, todas las capas de tiempo. Es uno de los lugares donde se plasma el “tiempo topológico” al que me refería antes. No en vano, la pantalla se refresca a cada instante sin degradación ni pérdida de materia (salvo catástrofe del disco duro) para que podamos llegar a cualquier lugar del “tiempo topológico” a través de sucesivas capas de archivos “realmente existentes”.

Creo que Internet es una arqueología contemporánea. En mis obras percibo también esa característica. Interpreto la red Internet como un gran Contenedor de Tiempo en el que, paradójicamente, se ha borrado el tiempo.

Para mí, cualquier cosa que haya llegado desde tiempos remotos hasta nuestros días es tan contemporánea como lo es un objeto de última generación, ya que el tiempo topológico, el tiempo de las relaciones, las copias y las reinterpretaciones, todo lo actualiza, y ese tiempo es, para mí, la propia esencia de Internet y quizá casualmente, no lo sé, de mi literatura, aunque en mi literatura, como he dicho no tenga Internet una relevancia más especial que las vacas, los teléfono o los bolígrafos.

Otra manera de visualizar esta imagen sería la siguiente: Internet es un océano realmente de agua, al que vamos tirando cosas, algunas van al fondo, otras flotan y otras quedan suspendidas entre el fondo y la superficie; todas son llevadas por unas corrientes que no llegamos a controlar. Y que esos objetos estén en el fondo, en la superficie o en suspensión no depende de cuándo los hayamos tirado, ni depende de lo antiguos o contemporáneos que sean, sino de una característica de cada objeto que nada tiene que ver con el tiempo: su densidad. Si hacemos una foto de un instante de ese océano, lo que veríamos no sería el tiempo cronológico de lo que hemos tirado, sino una topología que relaciona objetos, un tiempo topológico. 

Así, estamos de momento en un tiempo privilegiado, podemos hacer lo que queramos en Internet y, si hay talento, hacerlo bien. Ése parece ser ahora el estado de nuestro contenedor de tiempo topológico y superpuesto llamado Internet. No existen objetos pasados ni futuros, todo se da al mismo tiempo. El Gran Archivo.

Como un paraíso en el que aún fuéramos hippies.

Es el claro ejemplo del viejo Fragmento 124 de Heráclito: “el mundo más bello es la basura esparcida al azar”. Lo que, de paso, nos vale para reforzar la idea de que lo antiguo y lo contemporáneo, no son lo mismo, pero se tocan. Ese estado, aparentemente perjudicial de desorden y gran cantidad de entropía, resulta altamente beneficioso: sabemos ya que todo Sistema Complejo, sistema que se desarrolla no como una organización sino como un organismo, está vivo porque en el desorden y en la entropía se encuentra una vía para, desde ahí mismo, generar organismos nuevos.

EL ESCRITOR

Robert Walser
Franz Kafka. Jinete y caballo. Técnica, formato, fecha y ubicación desconocidos.
El escritor escribe sobre lo que siente, oye y ve, o sobre lo que se le ocurre. Tiene por lo general muchas ideas nimias que no puede en absoluto utilizar, hecho que a menudo lo desespera. Por otra parte, a veces tiene infinidad de ideas útiles en la cabeza, pero ocurre que deja su propio capital inactivo porque, o bien no lo encuentra, o bien no tiene cerca a nadie con buenas intenciones que le llame desinteresadamente la atención sobre las riquezas que aún no ha descubierto. 

Un buen día, a los periodistas conspicuos se les puede ocurrir animar a uno de estos escritores a que les mande, cuando crea oportuno, una prueba de su arte. En este caso el escritor se sentirá feliz sobremanera, tendrá motivos suficientes para no caber en sí de la alegría, y enseguida se dispondrá a satisfacer con la mayor escrupulosidad posible los deseos que han llamado a su puerta. A tal efecto, se pone en primer lugar la mano en la frente, se coge de los pelos, que suele tener a manta, se pasa el dedo índice ligeramente por la nariz, se la agarra quizás un poquito, se muerde los labios, pone a la vez cara de determinación y de frialdad e indiferencia, limpia la pluma, se sienta en la silla como es debido, frente al antiguo escritorio, suspira y se pone a escribir.

La vida de un escritor como Dios manda tiene siempre sus dos caras: el lado oscuro o los aspectos negativos de la vida, y el lado visible o los aspectos favorables; dos escenarios, un lugar en el que sentarse y otro en el que estar de pie; dos clases: una primera y otra insípida de cuarta. El supuestamente alegre oficio de escritor puede ser muy penoso, en ocasiones muy aburrido, muchas veces incluso peligroso. El hambre y el frío, la sed y la estrechez, las humedades y la sequía han sido siempre, en todas las épocas históricas y de la cultura, fenómenos conocidos en la variada vida de los “héroes de la pluma” y lo seguirán siendo probablemente también en el futuro. Pero no menos sabido es que hay escritores que han ganado fortunas, construido villas palaciegas en las inmediaciones de algún largo y vivido rebosando buen humor. 

El escritor como Dios manda es alguien que está al acecho, un cazador, alguien armado con escopeta, que busca y encuentra, una especie, en definitiva, de Ojo de Halcón que vive permanentemente a la caza. Acecha los acontecimientos, persigue las rarezas del mundo, busca lo extraordinario y verdadero, y aguza los oídos cuando cree oír el ruido que anuncia la llegada no precisamente de caballos indios al galope, sino de nuevas sensaciones. Está siempre a punto, siempre dispuesto a atacar por sorpresa. Si llega paseando una belleza inocente y desprevenida, vestida a poder ser como una campesina, el escritor sale de su escondrijo y atraviesa el corazón de la dama, que había salido a pasear sola, con su afilada pluma, impregnada del terrible veneno que es el don de la observación.

No obstante, por lo general entiende también de cosas feas y espantosas y no se arrendra ante el delito típicamente infantil de escribir y compone versos, motivo por el que en rigor se ganó, como es sabido hoy mejor que nunca, unos años de reclusión en un correccional. En todo momento y a la mínima ocasión ha metido su ávida nariz en todo cuanto ha podido, y lo cierto es que no deja de husmear. En eso, precisamente en eso, suele decirse, consiste la noble tarea del escritor aplicado y concienzudo. Siempre tiene abiertas las hojas de la ventana de su nariz, él husmea, olisquea y se cree con el deber de desarrollar la sensibilidad de su buen olfato hasta la más aguda perfección.

Un escritor no lo sabe todo –sólo los dioses, como se sabe, lo saben todo–, pero todo sabe algo, e intuye cosas que ni su majestad el káiser, desde sus alturas, es capaz de vislumbrar. Llegó al mundo con una guía que le indica en todo momento la dirección que debe seguir en sus pensamientos para advertir lo sospechoso y lo casi inconcebible. Se ocupa de todo cuanto hay de interesante y digno de ser aprendido en el mundo, y alberga el firme convencimiento de que es provechoso para él y los demás. Si experimenta, por pequeño que sea, un enriquecimiento interior, se siente obligado a verter al papel este incremento, este plus, sin la menor dilación: no espera ni tres horas. Me gusta su manera de proceder. Indica que es hombre que  que busca el bien a toda costa, un hombre al que le parece inicuo ir acumulando experiencias sin compartir algunas con el resto de los mortales. Es, por consiguiente, lo contrario de un avaro que lo guarda todo para sí.

¿Qué hombre, en este siglo de hedonismo y arribismo, se siente servidor de la humanidad, solícito amigo de los pobres, si no el escritor? Tiene motivos, pues siente que, desde el momento en que sólo pensara en su propio y único provecho, se acabaría su vena creadora. Hay un no sé qué misterioso que lo envuelve siempre y lo obliga a ser un altruista. Se sacrifica, pues ¿para qué vivir si no? Cuando los otros se ríen porque a él se le llenan los ojos de unas lágrimas claras y hermosas, permanece, humilde, en la penumbra, preocupado con la tarea que le susurra al oído: estudia esta alegría, retén en la memoria el sonido de este contento, para que luego, al llegar a casa, puedan describirla y retratarla con palabras. 

Al escritor se le suele tildar en vida de personaje ridículo; sea como fuere, es siempre una sombra, está siempre aparte, ajeno al inefable placer de estar en el meollo, placer del cual disfruta el resto de la gente; sólo es importante cuando escribe sin descanso, es decir, a escondidas. Así era, poco más o menos, la escuela en que, entre humillaciones y privaciones de toda clase, aprendió el ejercicio de la modestia. En las relaciones con las mujeres, por ejemplo: hay que ver cómo el escritor, aunque ambiciona mucho y se conmueve por la causa y como servicio está, se ve obligado a recatarse hasta el punto de, a menudo, resultar vergonzoso para su reputación como hombre y ser humano. Ahora empiezo a comprender por qué la gente no vacila en llamar al escritor un “héroe de la pluma”. Es un apelativo trivial, pero verdadero. Todo lo vive para sus adentros, es carretillero, restaurador y camorrista, cantante, zapatero y dama de salón, mendigo, general, aprendiz de banca y bailarina, madre, hijo, padre, estafador, amante y creador. Él es el claro de luna y el murmullo de la fuente, la lluvia y el calor de las calles, la playa y el barco de vela. Es quien pasa hambre y quien se empacha, el fanfarrón y el predicador, el viento y el dinero. Es la moneda de oro sobre el contador cuando escribe: “y ella (una condesa polaca) cuenta el dinero”. Es el rubor en las mejillas de la mujer a la que siente que ama, el odio del mezquino rencoroso; en suma, él es y debe serlo todo. Para él existe una sola religión, un solo sentimiento, una sola manera de concebir el mundo; refugiarse cual amante, con cuidado, en la forma de pensar, en los sentimientos y en la religión de otras personas, si no de todas. Se olvida a sí mismo cada vez que escribe la primera palabra, y cuando ha dado forma a la primera frase no quiere saber nada de sí. Supongo que todo eso habla a su favor.

Robert Walser. La habitación del poeta. Siruela. Madrid, 2005.
Traducción de Juan de Sola Llovet.

EN CARNE VIVA

Arturo Franco




























Tal vez sea el momento de emprender un viaje. Un viaje que nos lleve a través del tiempo, saltando sin orden aparente, recorriendo lugares muy distintos, situaciones presuntamente distantes, pensamientos cruzados, obras. Algunas de las reflexiones e imágenes que aquí voy a mostrar han ido apareciendo explícita o implícitamente en nuestro trabajo durante los últimos cuatro años. Pertenecen a un ideario vital y recurrente, a una manera de ser y de mirar, también a una manera de trabajar. Serán sólo algunos ejemplos dispersos que ayuden a ilustrar las ideas que por aquí se han asomado.

Un gran arquitecto y amigo, Carlos Pita, escribió en alguna ocasión: “Soy como un buen rodaballo. Lo que he comido, lo que he vivido”. Nada que ver con lo bueno o lo malo. Somos. Y lo somos por ósmosis, por empatía, como mecanismo de auto defensa, de supervivencia quizás. Eso inevitablemente se nota en lo que hacemos.

Hace cuatro años, cuando comenzamos esta etapa de la revista Arquitectura, éramos más jóvenes, todos éramos más jóvenes, habíamos comido menos, habíamos vivido menos.

Pero volvamos a ese viaje.

Tengo la intención, durante este recorrido, de ir alejándome, poco a poco, de lo evidente en busca de lo desconocido, de ese mundo por el que le gustaba deambular a Eduardo Torroja. Más allá de lo que se puede construir y, por supuesto, mucho más lejos de lo que somos capaces de proyectar, de anticipar, de visualizar. Pretendo dirigirme hacia el lugar en el que el Arquitecto da un paso lateral, pierde protagonismo y su presencia se diluye en el conjunto de una gran obra. Está pero no se nota.

Nosotros decidimos, también, dar un paso atrás, un paso lateral, frenar en seco. Sin ser conscientes todavía de la llegada de esta situación de crisis, decidimos tranquilizarnos, decidimos sosegarnos, decidimos pensar desde lejos o volver a pensar, mirar desde otro ángulo, alejarnos de la superficie y marcharnos con el primer número de la revista Arquitectura a las profundidades de la nada, a Mali, a un no lugar, al principio de todo, a la ausencia de todo. En Bamako pudimos encontrar el origen de casi todas las cosas importantes a pesar de que allí no exista prácticamente nada. A partir de entonces Budapest, Sao Paulo, Hangzhou, Buenos Aires, Beirut, Zúrich, Funchal… regresando siempre a los rincones de Madrid, para mirar desde la esquina.

Muchos temas y preocupaciones diagonales han aparecido durante estos últimos años salpicados en obras y textos a lo largo del tiempo y la geografía. A modo de apunte revisitaremos algunos. Sin pretender ser exhaustivos en esta relación hemos descubierto el interés, entre otras cuestiones, por los sistemas constructivos, pero los sistemas constructivos como una decisión intelectual y no tanto como una exploración de los límites de la técnica.

Resulta inquietante cómo, sin conocerse, hombres que se han enfrentado a problemas similares en lugares muy distintos y momentos muy distantes, llegan a conclusiones parecidas aplicando el sentido común o inquietudes paralelas.  Nada tiene que ver con los derechos de autor. Tal vez, con una cierta adaptación al medio.

Nos ha interesado la importancia de la gravedad y el equilibrio en sus estados límite, que son capaces de provocar reacciones de complicidad con el individuo y con el entorno.

Por supuesto, está presente en nuestros objetivos la adaptación inteligente a los mínimos recursos, aprovechando lo que tienes a tu disposición, lo que te ofrece el lugar. Muchas veces sin la presencia necesaria o protagonista de un Arquitecto. Nos hemos encontrado obras preocupadas por reducir la retórica, ni más ni menos que para intentar satisfacer las necesidades y ser capaces, al mismo tiempo, de descubrir las oportunidades que tenían delante. En cierto modo saber mirar para disminuir las acciones.

Nos hemos tropezado con la huella del hombre en el territorio, integrada. La memoria del hombre que forma parte del tiempo geológico y no tanto de la historia secuencial documentada. La que ya forma parte de la naturaleza.

Por otro lado y mirando más de cerca, con algo de miopía, la acción de construir, de destruir, de cortar, ha desvelado lo que sucede en el interior. Otro punto de vista del material. Del material que quiere volver a ser materia, de la materia que será transformada algún día en material. En esta situación nos han interesado los trabajos que no han dado por sentado los destinos convencionales de los materiales, sus aplicaciones de manual. Los resultados no siempre son atractivos. He de reconocer que siempre he tenido atracción por lo feo y he sospechado de lo bonito. De su búsqueda, de la belleza a priori.

Han aparecido lugares, grietas, edificios, en estos pensamientos recurrentes, que han sido capaces de recibir nuevos usos sin contorsionarse, sin perder sus cualidades, demostrando que el hombre es más elástico que la arquitectura. Que se puede reanimar la arquitectura sin prostituirla. La arquitectura como cueva.

Hemos descubierto que hay obras a las que les sienta bien el habitar y hay obras a las que no les sienta tan bien. Las primeras entran en carga con el uso, con el desgaste, mejoran con la edad y el desorden de la vida. Se complementan con el hombre. Se transforman mutuamente.

Sería inagotable, imprecisa e incompleta la lista de definiciones e intuiciones asociadas a a nuestro trabajo. Tan solo dos apuntes que he pasado por alto entre muchos otros. La búsqueda incansable e intangible de la sostenibilidad, la que pertenece al sentido común, la asociada al conocimiento profundo del lugar y sus peculiaridades. A la inteligencia de la arquitectura de pueblo. No confundir necesariamente con la arquitectura del pasado, ni con una postura romántica de nuestra disciplina. Se trata de valorar la eficacia en su sentido más amplio, frente a una cierta impostura tecnológica.

Envolviendo el contenido de este texto y, como actitud práctica, nos ha servido de mucho entender el error como algo positivo. No se trata de buscar la imperfección sino de aceptarla para reconducir el resultado. Valorar al artesano, el oficio. Algo de lo que habla Richard Sennett.

La acumulación de errores no premeditados, en las obras, puede ser aprovechada. Le otorgan libertad, autonomía, distanciamiento del autor. Las obras se acaban convirtiendo en padres de sus propios arquitectos y no en sus queridos hijos. Padres porque se han escapado a su control y han acabado mostrando a sus autores nuevos caminos, puertas entreabiertas. Los errores, en el fondo, nos enseñan a vivir.

EN RELACIÓN A LOS NUMEROSOS EDIFICIOS

Gordon Matta-Clark


Alvin Baltrop, Untitled (de la serie Pier Photographs), 1975-1986.
Muy Sr. Mío:*

En referencia a los numerosos edificios de la ciudad que está previsto demoler, creo que sería posible utilizarlos durante este período de espera. Hace poco llamé al señor ¿Jones?, del Departamento de Bienes Inmuebles, para interesarme por la posibilidad de alquilar un edificio o una parte de un edificio al Ayuntamiento. Me sugirió que le escribiera para exponerle mis necesidades.

Me muevo en varios ámbitos. Como artista, me dedico a la escultura utilizando residuos procedentes tanto de la tierra como de la gente. Pretendo convertir espacios en desuso, como bloques de escombros, solares o vertederos, en zonas útiles y bellas. Por otra parte, impulsé y dirigí, con el apoyo de Alanna Highstein [sic], una exposición de escultura bajo el puente de Brooklyn que funcionó muy bien: no sólo despertó el interés de los artistas por las zonas abandonadas de Nueva York, sino que también resultó muy provechosa para el barrio. Los niños quedaron fascinados por las obras, por la gente y por las ideas, e hicieron todo tipo de comentarios sobre las esculturas que les gustaría hacer.

Canalizar la energía y el interés de los jóvenes por el arte es uno de mis objetivos. Hasta el momento he organizado varias exposiciones colectivas de gran interés para los artistas neoyorquinos y creo que pueden conseguirse muchas cosas presentando a artistas que estén dispuestos a trabajar con un grupo organizado de jóvenes.

Por todo ello, necesito una de las dos cosas que indico a continuación, o ambas:

(1) Un espacio industrial en planta baja de unos 225-325 metros cuadrados, con agua fría y posibilidad de conexión a la red eléctrica. No es necesario que haya calefacción ni ventanas. Un almacén o algo similar sería ideal. En realidad, hay uno que se llama Lash Iron Works en el 72 de Pike Street, cerca del puente de Manhattan, que ha sido declarado ruinoso y sería perfecto para el trabajo que pretendo desarrollar.

(2) Un pequeño edificio comercial o residencial, quizá de 3 o 4 plantas, que podría utilizar en su totalidad para un proyecto artístico que principalmente supondría limpiarlo y luego utilizarlo como sala de exposiciones para muestras colectivas o como equipamiento público (para formar a jóvenes y trabajar con ellos).

Vivo y trabajo en la parte baja de Manhattan. Cualquier cosa que estuviera por debajo de la calle Houston, en el lado este u oeste, sería ideal. No puedo pagar mucho, pero estaría dispuesto a alquilar algo por meses y a cumplir con cualquier normativa que me indiquen.

En cierto sentido, me resulta difícil escribir esta carta, porque mi trabajo es muy flexible. Puedo adaptarme prácticamente a cualquier cosa que tenga disponible. Si necesita más información o datos más concretos, no dude en ponerse en contacto conmigo.

A la espera de una pronta respuesta, le saludo atentamente.

* Carta dirigida a Harold Stern, oficial de la ciudad de Nueva York.
Cuaderno 1261, c. 1970.
AA.VV. Gordon Matta-Clark. Obras y escritos. Central Nacional de Arte Reina Sofía. Madrid, 2006.

6.11.13

ACCIONES EN LA CIUDAD EN CRISIS

Conexiones, espasmos y calambres

María González García


Huerto en un cráter en la catedral de Westminster en Londres después de un bombardeo alemán en Julio de 1942
Tenemos doblemente razón, confesémoslo: estamos en lo cierto al ser racionales tratando de ordenar nuestras ciudades y proporcionar habitaciones para todos; pero también tenemos razón en intentar cuidar tiernamente la imperfección que tratamos de eliminar. Esta contradicción, ya expuesta por el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss en 1955 en su libro Tristes Trópicos, podría ser el mea culpa de la sociedad moderna en cuanto a su mirada sobre la ciudad, si es que estuviésemos dispuestos a reconocerlo.

Esforzados en sanar nuestras urbes de los males que han ido padeciendo desde que ciudadanos y máquinas empezaron a convivir en ella a finales del siglo  XIX, la arquitectura ha propuesto diferentes acciones de urgencia para intentar sanar sus males. Desde cirugías audaces como las practicadas por Haussman o anunciadas por Le Corbusier para el corazón de París,  cuyo destino era la eliminación de la podredumbre de sus inmueble y la introducción de sol y aire en las congestionadas calles de las grandes metrópolis, hasta arquitecturas propagandísticas como las diseñadas en Norteamérica en los años cincuenta, que mediante terapias emocionales trataban de recuperar la felicidad de una sociedad posbélica a través de la vida hedonista desarrollada en sus casas-modelos tantas veces difundidas a través de los medios de la época utilizando imágenes coloristas y eslóganes positivistas.

Mientras, en los márgenes, la ciudad se ha ido haciendo y deshaciendo a través de ocupaciones sucesivas, acciones que han encontrado en estos resquicios (solares, descampados, cubiertas…), un laboratorio desde donde poder ensayar otros modelos urbanos. Una ciudad cuyo crecimiento no responde solamente a reajustes de su forma-función a través del proceso unidireccional planificación-edificación, tal como lo expuso Ignasi de Solà-Morales, sino que se ve afectada por estados de mutación súbita, situaciones de crisis en la que la arquitectura debe atender a sus impulsos, calambres y conexiones sin patrones preestablecidos.

Las tentativas urbanas llevadas a cabo en estos espacios, han pasado de la planificación y la edificación a la experimentación espacial y la construcción de lugares mediante habitabilidades blandas sin vocación de permanencia. El trabajo con los sedimentos culturales, con los residuos espaciales o el desvelamiento de la capa natural de las ciudades, oculta tras el asfalto o los adoquines, han sido algunas de las estrategias seguidas por estas prácticas urbanas que han utilizado la fiesta, la danza o el juego como instrumentos de apropiación o simulacro urbano. Experiencias que al producirse han construido su propio lenguaje, transplantando significados de otros ámbitos o incorporando mensajes utópicos que, con actitudes a veces desobedientes, otras curiosas, han sido puestas en práctica como sugeriría John Cage, con la naturalidad del que juega sin intentar extraer orden del caos, ni de sugerir mejoras en la creación, sino simplemente un modo de despertar a la vida misma que vivimos.

MANIFIESTO ARTE/FLUXUS

George Maciunas


Ben Vautier interpretando a George Maciunas. Flux Festival, Fluxhall, Nueva York, 1964.
ARTE

Para justificar el estatus elitista, profesional y parasitario del artista en la sociedad, debe demostrar la indispensabilidad y exclusividad del artista, debe demostrar la dependencia del público con respecto a él, debe demostrar que nadie más que el artista puede hacer arte.

Por lo tanto, el arte debe parecer complejo, pretensioso, profundo, serio, intelectual, inspirado, habilidoso, significativo, teatral, debe parecer calculable como una mercancía, de modo que le proporcione
un ingreso al artista.

Para elevar su valor (el ingreso del artista y la ganancia de sus patrocinadores), el arte se hace para que parezca raro, de cantidad limitada y por lo tanto obtenible y accesible sólo para la élite social y las instituciones.

FLUXUS ARTE-DIVERSIÓN

Para establecer el estatus no profesional del artista en la sociedad, debe demostrar la dispensabilidad e inclusividad del artista, debe demostrar la autosuficiencia del público, debe demostrar que todo puede ser arte y cualquiera puede hacerlo.

Por lo tanto, el arte-diversión debe ser simple, divertido, no pretencioso, preocupado por las insignificancias, que no requiera habilidades o ensayos
interminables, que no tenga valor ni institucional ni como mercancía. El valor del arte-diversión debe reducirse haciéndolo ilimitado, producido en masa, obtenible por todos y eventualmente producido por todos.

El arte-diversión fluxus es la retaguardia sin ninguna pretensión impulso de participar en la competencia de “llegar a otro nivel” con la vanguardia. Apela por las cualidades monoestructurales y no teatrales del evento natural simple, un juego o una broma. Es la fusión del Vaudeville de Spike Jones, la broma, los juegos de niños y Duchamp.

Manifesto on Art / Fluxus Art Amusement. George Maciunas, 1965.