Tal vez sea el momento de
emprender un viaje. Un viaje que nos lleve a través del tiempo, saltando sin
orden aparente, recorriendo lugares muy distintos, situaciones presuntamente
distantes, pensamientos cruzados, obras. Algunas de las reflexiones e imágenes
que aquí voy a mostrar han ido apareciendo explícita o implícitamente en
nuestro trabajo durante los últimos cuatro años. Pertenecen a un ideario vital
y recurrente, a una manera de ser y de mirar, también a una manera de trabajar.
Serán sólo algunos ejemplos dispersos que ayuden a ilustrar las ideas que por
aquí se han asomado.
Un gran arquitecto y amigo, Carlos
Pita, escribió en alguna ocasión: “Soy como un buen rodaballo. Lo que he
comido, lo que he vivido”. Nada que ver con lo bueno o lo malo. Somos. Y lo
somos por ósmosis, por empatía, como mecanismo de auto defensa, de
supervivencia quizás. Eso inevitablemente se nota en lo que hacemos.
Hace cuatro años, cuando
comenzamos esta etapa de la revista Arquitectura, éramos más jóvenes, todos
éramos más jóvenes, habíamos comido menos, habíamos vivido menos.
Pero volvamos a ese viaje.
Tengo la intención, durante este
recorrido, de ir alejándome, poco a poco, de lo evidente en busca de lo
desconocido, de ese mundo por el que le gustaba deambular a Eduardo Torroja.
Más allá de lo que se puede construir y, por supuesto, mucho más lejos de lo
que somos capaces de proyectar, de anticipar, de visualizar. Pretendo dirigirme
hacia el lugar en el que el Arquitecto da un paso lateral, pierde protagonismo
y su presencia se diluye en el conjunto de una gran obra. Está pero no se nota.
Nosotros decidimos, también, dar
un paso atrás, un paso lateral, frenar en seco. Sin ser conscientes todavía de
la llegada de esta situación de crisis, decidimos tranquilizarnos, decidimos
sosegarnos, decidimos pensar desde lejos o volver a pensar, mirar desde otro
ángulo, alejarnos de la superficie y marcharnos con el primer número de la
revista Arquitectura a las profundidades de la nada, a Mali, a un no lugar, al
principio de todo, a la ausencia de todo. En Bamako pudimos encontrar el origen
de casi todas las cosas importantes a pesar de que allí no exista prácticamente
nada. A partir de entonces Budapest, Sao Paulo, Hangzhou, Buenos Aires, Beirut,
Zúrich, Funchal… regresando siempre a los rincones de Madrid, para mirar desde
la esquina.
Muchos temas y preocupaciones
diagonales han aparecido durante estos últimos años salpicados en obras y
textos a lo largo del tiempo y la geografía. A modo de apunte revisitaremos
algunos. Sin pretender ser exhaustivos en esta relación hemos descubierto el
interés, entre otras cuestiones, por los sistemas constructivos, pero los
sistemas constructivos como una decisión intelectual y no tanto como una
exploración de los límites de la técnica.
Resulta inquietante cómo, sin
conocerse, hombres que se han enfrentado a problemas similares en lugares muy
distintos y momentos muy distantes, llegan a conclusiones parecidas aplicando
el sentido común o inquietudes paralelas.
Nada tiene que ver con los derechos de autor. Tal vez, con una cierta
adaptación al medio.
Nos ha interesado la importancia
de la gravedad y el equilibrio en sus estados límite, que son capaces de
provocar reacciones de complicidad con el individuo y con el entorno.
Por supuesto, está presente en
nuestros objetivos la adaptación inteligente a los mínimos recursos,
aprovechando lo que tienes a tu disposición, lo que te ofrece el lugar. Muchas
veces sin la presencia necesaria o protagonista de un Arquitecto. Nos hemos
encontrado obras preocupadas por reducir la retórica, ni más ni menos que para
intentar satisfacer las necesidades y ser capaces, al mismo tiempo, de
descubrir las oportunidades que tenían delante. En cierto modo saber mirar para
disminuir las acciones.
Nos hemos tropezado con la huella
del hombre en el territorio, integrada. La memoria del hombre que forma parte
del tiempo geológico y no tanto de la historia secuencial documentada. La que
ya forma parte de la naturaleza.
Por otro lado y mirando más de
cerca, con algo de miopía, la acción de construir, de destruir, de cortar, ha
desvelado lo que sucede en el interior. Otro punto de vista del material. Del
material que quiere volver a ser materia, de la materia que será transformada
algún día en material. En esta situación nos han interesado los trabajos que no
han dado por sentado los destinos convencionales de los materiales, sus aplicaciones
de manual. Los resultados no siempre son atractivos. He de reconocer que
siempre he tenido atracción por lo feo y he sospechado de lo bonito. De su
búsqueda, de la belleza a priori.
Han aparecido lugares, grietas,
edificios, en estos pensamientos recurrentes, que han sido capaces de recibir
nuevos usos sin contorsionarse, sin perder sus cualidades, demostrando que el
hombre es más elástico que la arquitectura. Que se puede reanimar la
arquitectura sin prostituirla. La arquitectura como cueva.
Hemos descubierto que hay obras a
las que les sienta bien el habitar y hay obras a las que no les sienta tan
bien. Las primeras entran en carga con el uso, con el desgaste, mejoran con la
edad y el desorden de la vida. Se complementan con el hombre. Se transforman
mutuamente.
Sería inagotable, imprecisa e
incompleta la lista de definiciones e intuiciones asociadas a a nuestro
trabajo. Tan solo dos apuntes que he pasado por alto entre muchos otros. La
búsqueda incansable e intangible de la sostenibilidad, la que pertenece al sentido
común, la asociada al conocimiento profundo del lugar y sus peculiaridades. A
la inteligencia de la arquitectura de pueblo. No confundir necesariamente con
la arquitectura del pasado, ni con una postura romántica de nuestra disciplina.
Se trata de valorar la eficacia en su sentido más amplio, frente a una cierta
impostura tecnológica.
Envolviendo el contenido de este
texto y, como actitud práctica, nos ha servido de mucho entender el error como
algo positivo. No se trata de buscar la imperfección sino de aceptarla para
reconducir el resultado. Valorar al artesano, el oficio. Algo de lo que habla
Richard Sennett.
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