19.11.13

EN CARNE VIVA

Arturo Franco




























Tal vez sea el momento de emprender un viaje. Un viaje que nos lleve a través del tiempo, saltando sin orden aparente, recorriendo lugares muy distintos, situaciones presuntamente distantes, pensamientos cruzados, obras. Algunas de las reflexiones e imágenes que aquí voy a mostrar han ido apareciendo explícita o implícitamente en nuestro trabajo durante los últimos cuatro años. Pertenecen a un ideario vital y recurrente, a una manera de ser y de mirar, también a una manera de trabajar. Serán sólo algunos ejemplos dispersos que ayuden a ilustrar las ideas que por aquí se han asomado.

Un gran arquitecto y amigo, Carlos Pita, escribió en alguna ocasión: “Soy como un buen rodaballo. Lo que he comido, lo que he vivido”. Nada que ver con lo bueno o lo malo. Somos. Y lo somos por ósmosis, por empatía, como mecanismo de auto defensa, de supervivencia quizás. Eso inevitablemente se nota en lo que hacemos.

Hace cuatro años, cuando comenzamos esta etapa de la revista Arquitectura, éramos más jóvenes, todos éramos más jóvenes, habíamos comido menos, habíamos vivido menos.

Pero volvamos a ese viaje.

Tengo la intención, durante este recorrido, de ir alejándome, poco a poco, de lo evidente en busca de lo desconocido, de ese mundo por el que le gustaba deambular a Eduardo Torroja. Más allá de lo que se puede construir y, por supuesto, mucho más lejos de lo que somos capaces de proyectar, de anticipar, de visualizar. Pretendo dirigirme hacia el lugar en el que el Arquitecto da un paso lateral, pierde protagonismo y su presencia se diluye en el conjunto de una gran obra. Está pero no se nota.

Nosotros decidimos, también, dar un paso atrás, un paso lateral, frenar en seco. Sin ser conscientes todavía de la llegada de esta situación de crisis, decidimos tranquilizarnos, decidimos sosegarnos, decidimos pensar desde lejos o volver a pensar, mirar desde otro ángulo, alejarnos de la superficie y marcharnos con el primer número de la revista Arquitectura a las profundidades de la nada, a Mali, a un no lugar, al principio de todo, a la ausencia de todo. En Bamako pudimos encontrar el origen de casi todas las cosas importantes a pesar de que allí no exista prácticamente nada. A partir de entonces Budapest, Sao Paulo, Hangzhou, Buenos Aires, Beirut, Zúrich, Funchal… regresando siempre a los rincones de Madrid, para mirar desde la esquina.

Muchos temas y preocupaciones diagonales han aparecido durante estos últimos años salpicados en obras y textos a lo largo del tiempo y la geografía. A modo de apunte revisitaremos algunos. Sin pretender ser exhaustivos en esta relación hemos descubierto el interés, entre otras cuestiones, por los sistemas constructivos, pero los sistemas constructivos como una decisión intelectual y no tanto como una exploración de los límites de la técnica.

Resulta inquietante cómo, sin conocerse, hombres que se han enfrentado a problemas similares en lugares muy distintos y momentos muy distantes, llegan a conclusiones parecidas aplicando el sentido común o inquietudes paralelas.  Nada tiene que ver con los derechos de autor. Tal vez, con una cierta adaptación al medio.

Nos ha interesado la importancia de la gravedad y el equilibrio en sus estados límite, que son capaces de provocar reacciones de complicidad con el individuo y con el entorno.

Por supuesto, está presente en nuestros objetivos la adaptación inteligente a los mínimos recursos, aprovechando lo que tienes a tu disposición, lo que te ofrece el lugar. Muchas veces sin la presencia necesaria o protagonista de un Arquitecto. Nos hemos encontrado obras preocupadas por reducir la retórica, ni más ni menos que para intentar satisfacer las necesidades y ser capaces, al mismo tiempo, de descubrir las oportunidades que tenían delante. En cierto modo saber mirar para disminuir las acciones.

Nos hemos tropezado con la huella del hombre en el territorio, integrada. La memoria del hombre que forma parte del tiempo geológico y no tanto de la historia secuencial documentada. La que ya forma parte de la naturaleza.

Por otro lado y mirando más de cerca, con algo de miopía, la acción de construir, de destruir, de cortar, ha desvelado lo que sucede en el interior. Otro punto de vista del material. Del material que quiere volver a ser materia, de la materia que será transformada algún día en material. En esta situación nos han interesado los trabajos que no han dado por sentado los destinos convencionales de los materiales, sus aplicaciones de manual. Los resultados no siempre son atractivos. He de reconocer que siempre he tenido atracción por lo feo y he sospechado de lo bonito. De su búsqueda, de la belleza a priori.

Han aparecido lugares, grietas, edificios, en estos pensamientos recurrentes, que han sido capaces de recibir nuevos usos sin contorsionarse, sin perder sus cualidades, demostrando que el hombre es más elástico que la arquitectura. Que se puede reanimar la arquitectura sin prostituirla. La arquitectura como cueva.

Hemos descubierto que hay obras a las que les sienta bien el habitar y hay obras a las que no les sienta tan bien. Las primeras entran en carga con el uso, con el desgaste, mejoran con la edad y el desorden de la vida. Se complementan con el hombre. Se transforman mutuamente.

Sería inagotable, imprecisa e incompleta la lista de definiciones e intuiciones asociadas a a nuestro trabajo. Tan solo dos apuntes que he pasado por alto entre muchos otros. La búsqueda incansable e intangible de la sostenibilidad, la que pertenece al sentido común, la asociada al conocimiento profundo del lugar y sus peculiaridades. A la inteligencia de la arquitectura de pueblo. No confundir necesariamente con la arquitectura del pasado, ni con una postura romántica de nuestra disciplina. Se trata de valorar la eficacia en su sentido más amplio, frente a una cierta impostura tecnológica.

Envolviendo el contenido de este texto y, como actitud práctica, nos ha servido de mucho entender el error como algo positivo. No se trata de buscar la imperfección sino de aceptarla para reconducir el resultado. Valorar al artesano, el oficio. Algo de lo que habla Richard Sennett.

La acumulación de errores no premeditados, en las obras, puede ser aprovechada. Le otorgan libertad, autonomía, distanciamiento del autor. Las obras se acaban convirtiendo en padres de sus propios arquitectos y no en sus queridos hijos. Padres porque se han escapado a su control y han acabado mostrando a sus autores nuevos caminos, puertas entreabiertas. Los errores, en el fondo, nos enseñan a vivir.

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