10.12.13

DESVELAR

Miguel F Rabán Mondéjar

Tumbas excavadas y restos del coro de la iglesia neogótica de San Pedro. Claudia María Melisch, Berlín, 2008.
La ciudad, como el ser vivo, está sometida al devenir. Y, también como el ser vivo, nace en un momento determinado, crece, se desarrolla, y se nutre del medio. Quizás la gran diferencia entre ambos estriba en que la ciudad no termina de existir: habrán de permanecer sus huellas, persistirán sus estratos, visibles o no, en un estadio latente siempre susceptible de ser reencontrado. Otras nuevas ciudades surgirán, se impondrán, se superpondrán o utilizarán su materia preexistente como sustento o, como si de un tejido orgánico se tratase, se regenerará la estructura original con trasplantes y operaciones que la estabilicen.

El ente urbano es el escenario por antonomasia de la memoria colectiva y del cambio permanente, inducido o motivado por las sutiles y minúsculas mutaciones individuales (los trasuntos, los flujos, los progresos...). Es por ello que un acercamiento, una aproximación suficiente a la ciudad nunca ha de omitir sus tiempos pasados, ni sus vinculaciones posibles con los presentes y venideros. Asimismo, la urbe es entendible como realidad compleja, poliédrica, facetada, plural, de forma que la mirada, la perspectiva, es la que le da significado y delimita sus rasgos.

Uno de los medios que permiten condensar los tiempos y radiografiar las sustancias es el desvelo: traer algo al presente, reconocerlo y sacarlo a la luz. La desvelación, aunque excepcionalmente pueda darse de forma fortuita, suele producirse a través de la mirada inusual, que rastrea, que enfoca y que sabe reconocer el hallazgo. Es consecuencia de un anhelo, de una inquietud que motiva la búsqueda de una realidad oculta, seguramente enraizada en la llamada del propio objeto esperando a ser encontrado.

El descubrimiento se trata de un acontecimiento que implica un proceso de alteración del estado anterior de un elemento que, al ver la luz en un tiempo nuevo, al manifestarse, mostrará cualidades y condicionantes igualmente inéditos. El acto del desvelo perturba al espectador, al investigador o al coleccionista, pero también al objeto hallado.

Esta suerte de revelación se nos presenta en la ciudad de múltiples formas. Tal vez la más evidente sea la sustracción de las vestiduras y disfraces, que manifiestan tras de sí los esqueletos y las entrañas escondidas: los restos de los armazones de madera, las desprotegidas estructuras de vigas y forjados desnudos, las huellas de escaleras, de los enseres domésticos, de los tesoros guardados como pecios de un naufragio.

Si la desvelación anterior es domesticada por el tiempo, la erosión y la destrucción, la que procede de la mirada activa y escrutadora es de naturaleza opuesta: creativa y constructiva. Se basa en la capacidad de abstraer los elementos cotidianos y desentrañar, desvelar, aquellos parámetros intangibles e implícitos que sólo la intencionalidad es capaz de hacer evidente.

En ocasiones, sin embargo, para descubrir algún fragmento de la ciudad es preciso enterrar otro. El ocultamiento, el velo, paradójicamente, posibilita un entendimiento insospechado del objeto expuesto (o tapado) alterando, por contraste o inversión, su significante. La ausencia reconstruye la presencia y el elemento otrora ordinario, habitual, cotidiano, se reviste de una insólita condición que lo hace más presente, más “existente”.

Conocer la ciudad en sus momentos de debilidad, de exposición al medio, permite entenderla con una mayor amplitud. Desde los remanentes de sus vacíos que evidencian las huellas de los crímenes perpetrados, hasta en sus grietas más profundas, en sus heridas, en sus oquedades y hendiduras que desvelan su contenido más recóndito. La manifestación, el fenómeno, es el agente que nos hace reflexionar acerca de los diversos caracteres urbanos, nos hace conscientes y sabedores de su esencia, y nos incita a intervenir en ella con conocimiento de causa.

Y, al fin y al cabo, en el envés de la ciudad, en el reflejo, en lo sombrío, en lo secreto, en lo íntimo, siempre acaba haciéndose posible el reconocimiento de otras existencias que dilatan la de uno mismo.

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