14.10.13

ABECEDARIO


Ángel Martínez García-Posada

 Domi Mora y Enric Miralles. Serie fotográfica con el alfabeto en las sombras del Pabellón de Huesca.
Cuando Erik Gunnar Asplund dibujó sobre un papel el tapiz para uno de los interiores de su ampliación del ayuntamiento y juzgado de Gotemburgo, estaba ilustrando, con el conjunto de iniciales de los participantes en aquel proyecto afortunado sobre el tiempo y el lugar, que el proyecto es un ejercicio compartido con raíces y alas; nunca proyectamos solos. Aquel abecedario particular hacía realidad nuestra pretensión metafórica de dejar nuestra huella sobre los muros, justicia poética entre líneas en aquella cartografía alfabética. Junto a la arquitectura, el libro donde está escrito la historia de la humanidad al decir de Victor Hugo, hay otras dos grandes obras colectivas, de orígenes inciertos y futuros eternos, de múltiples lectores y escritores en vibrante presente: la ciudad y el lenguaje.

Luis Moreno Mansilla decidió emular aquella urdimbre de cartilla en el frontispicio de su tesis doctoral Apuntes de viaje al interior del tiempo, donde escribía algunas páginas memorables sobre el maestro nórdico, registrando en negro sobre blanco su atlas personal de afectos y magisterios, narración cómplice, real y figurada, de su alfabetización, personal y acompañada. Unos años más tarde, sobre el asfalto, junto a su compañero Emilio Tuñón, imaginaría un juego análogo, todavía resonante: las cinco letras distintas que viajaron en cinco camiones iguales de Madrid a Castellón eran otra fábula sobre la arquitectura, y sobre el arte. Esa acción efímera, el traslado de una parte de un edificio o de un conjunto de signos,  bien podría ser para nosotros, en el umbral de un curso sobre arte y arquitectura, el estímulo para una lectura y escritura continua: sobre el proceso arquitectónico que orbita desde una mesa a un escenario distante; sobre la posibilidad de inventar relatos por el camino y la defensa de la segunda historia detrás de las mejores obras, literarias como artísticas; sobre las distintas escalas temporales de todo trabajo subrayada en el contraste entre la permanencia de esas letras en el Museo de Bellas Artes y la acción fugaz sin marcas físicas sobre el territorio; sobre la esencial superposición de un código intelectual, antes un trazo previo, sobre un medio mudo, y la consiguiente colonización cultural y humana que sustenta toda construcción; sobre el empeño del arte y la arquitectura al proponer nuevas experiencias a través de las ideas; sobre la actualización de claves arquitectónicas pasadas en una nueva codificación; sobre el proyecto y el paisaje, o el proyecto y el tiempo, acaso los polos de mi propia trayectoria investigadora, que esta lección inaugural quisiera condensar, al hilo de algunos alfabetos en el papel o al aire.

Así algunas miradas sobre Le Corbusier –que escribía sus plantas libres como lienzos puristas o caligramas de vanguardia– o ciertas interpretaciones de Mies –desde la cantería a la expresión gráfica– que podrían explicar su obra como un trabajo geométrico  de símbolos y letras, como sus rascacielos nunca construidos para Berlín que dibujaba en indisolubilidad junto a la letra G de la revista que fundara; discursos todos sobre la nueva objetivad y el alcance simbólico de la modernidad. Todas estas letras hilvanadas en un discurso, algunas desde la arquitectura, y otras desde el arte, tanto da, también permiten sondear los ecos de la creación que se funde con la experiencia, como un divertimento con cabos invisibles entre las cosas, cual pasatiempo de Duchamp, y después, de tantos otros sospechosos habituales. En este resumen citaremos, por su alcance sublime, los túneles solares de Nancy Holt en medio del desierto, igual que letras extrusionadas que atraparan constelaciones en tubos de ensayo, inventando una metamorfosis, dibujando una carta astral o un diagrama solar, proclamando algunas lecciones inagotables: todo puede ser arquitectura; no existen límites entre el arte y la arquitectura; cualquier espacio contiene implícita la noción de casa; existe siempre una impronta original de la arquitectura como refugio; nuestro trabajo consiste en domesticar el medio; una obra es cambiante como un reloj solar; hasta las estrellas, en un juego de distancias adecuadas, acaban convergiendo a la escala humana; el único tema es el hombre, según la oración borgiana.

Sostenía Enric Miralles que topografía es la combinación de topos, lugar, y graphia, escritura; etimológicamente la escritura en un lugar. La serie que el antropólogo Domi Mora fotografío para el arquitecto, en la obra concreta del Pabellón de Huesca, pero con vocación universal, pretendía reconocer entre las luces y sombras de cualquier arquitectura el abecedario, la posibilidad secreta de alentar cuentos o versos, regalándonos una metáfora profunda, más allá de la literalidad de la forma –de la identificación con cierta estirpe que identifica arquitectura y caligrafía, o que analiza la arquitectura como lenguaje– estaba el canto poético de la arquitectura como enlace entre forma y fondo, significante y significado. En varias ocasiones escribió Miralles sobre la máquina de transformaciones que debiera ser la arquitectura, quizás podríamos defender que esa condición pudiera ser inherente en la creación artística, desde la poesía al proyecto mismo de arquitectura. Esta geometría transformadora es difícil de comprender, como el propio profesor y arquitecto reconocía, fascinado ante los poemas y los dibujos de Federico García Lorca, que fundían grafismos y grafía. Esta dificultad, y relevancia, es quizás la que estimula nuestra labor investigadora y constructiva. El universo resonante de segundas historias y fusiones entre el arte y la vida, así como la arquitectura que les da sentido último, es para nosotros, no sólo en este curso, tanto una materia de estudio como un manifiesto justificativo.

Para Lucrecio las letras eran átomos en continuo movimiento, con sus continuas permutaciones creaban las palabras y los sonidos más diversos, idea que fue retomada por una larga tradición de pensadores para quienes los secretos del mundo estaban contenidos en la combinatoria de los signos de la escritura. Galileo veía en la combinatoria alfabética, disponiendo de diversas maneras una veintena de caracteres insignificantes, el instrumento insuperable de la comunicación. Wittgenstein, autor de muchas páginas y de una obra de arquitectura, escribió que nuestro lenguaje se puede considerar como una ciudad antigua; un laberinto de calles y plazas, de obras viejas y nuevas, con construcciones añadidas en diversas épocas; cuando construimos, hablamos y escribimos. 

1 comentario :

  1. Al hilo de las reflexiones de la conferencia de Angel, decía Gutenberg que había creado un ejercito de 26 soldados de plomo con los que conquistaría el mundo. Quizá existió algo de esta intención conquistadora en las creaciones tipológicas de Le Corbusier o Mies; quizá incluso sus buscados apodos tengan algo de esta intención...

    ResponderEliminar