Antonio Mora Ramos
Ilustración de El Principito. Antoine de Saint-Exupery. |
El ciudadano nace con una capacidad creativa capaz de transformar cualquier espacio y dotarlo de un hábito para el que no fue ideado. Son procesos inherentes a la condición humana los que nos llevan a prestar lugares y formas para satisfacer nuestro “artista” desbocado que no todo el mundo es capaz de reconocer y quizás siga para siempre velado.
Cuando la
acción de cazar salta al campo del arte y reconocimiento de la operación realizada
se produce el paso del ciudadano al artista, de la acción espontánea a la madurada
donde toma protagonismo el proceso creativo más que el efecto final. ¿Puede el
artista conservar la espontaneidad del ciudadano que crea desde el sueño del
virtuoso que se aloja en sí mismo?
Como dice
Alejandro de la Sota: “cuánto más claras son las ideas, más cuesta conseguir
claramente su materialización”. El artista trabaja en la misma realidad que el
ciudadano, pero a diferencia del segundo que crea desde la espontaneidad, su
labor consiste en cazar con la finalidad de transformar o quizás
desvelar una nueva dimensión en la que el ciudadano no es consciente de habitar.
La tarea del
artista es como la del peón que conecta y apaga acciones, para llegar a la meta
que se propone. Como si contara con una lista de ellas como la que elaborara
Richard Serra para su propio uso entre 1967 y 1968 que activa estratos de la
realidad que no son para todos visibles.
El verbo cazar
no puede partir de la ausencia de las acciones previas de leer e identificar el
espacio en el que habitamos. Son destrezas comunes a las figuras del artista y
el ciudadano, destrezas adquiridas que conscientes o no de ellas nos ayudan a
vivir en un contexto de intersecciones entre ambas posturas que recoge tantas
acciones como representaciones puedan concretarse.
Recurriendo de
nuevo a la lista de verbos de Serra, ésta puede ser un arma de doble filo. Esas
propias herramientas de gestación de la obra se pueden volver en contra del
artista y convertirse en el “cazador cazado”. Es un momento en la trayectoria
del artista mucho más peligroso que el de la crisis de creatividad. Y es el
momento en el que aparece en campo de batalla del cazador la mayor de sus armas
mortales, vuelta en su contra. Hablo de la acción de reproducir
la misma lectura de la realidad. El instante de la repetición es aquel en el
que el artista se falsifica, preso de su propia trampa.
¿Cómo puede el
artista entonces desprenderse de la repetición si ya ha encontrado el camino de
su lectura de la realidad? ¿Es loable que el artista transforme su propia
identidad para no caer en las ramas de la repetición? El ciudadano no cae en
multiplicidades o lecturas repetidas del espacio que habita. No existe la
duplicidad en su obra porque no es consciente de su invento. Pienso que el artista debe practicar el extrañamiento en su intento de
recuperación de ese estamento anterior y así recuperar la frescura que posee el
ciudadano.
Kant dijo hace
más de dos siglos que “la mano es la ventana de la mente”. Es la mano la que
caza, conecta y apaga acciones. Herramienta común a artista y ciudadano, que
puede acariciar o abofetear el lugar. Pero ésta precisa del cultivo de la
mirada para acertar en su acción. Hay un mirar del artista diferente al del
ciudadano, sin embargo cultivar la mirada implica para ambos asumir como
propios las acciones que se suceden en la realidad que comparten. Aparece como un leer en común, como un
desvelar lo que allí permanece oculto, consiste en señalar las conexiones y los
desarrollos. En establecer las relaciones que unas cosas guardan con otras y
entre sí, en cazar elementos aparentemente dispersos que ocupan nuestro tablero
de juego.
En definitiva, el arte no es del artista, pertenece a la realidad, al igual que la acción del hombre común que pasa desapercibida. En ambos casos, atrae la atención del humano, simplemente porque es curioso o cazador en potencia, y al tocarle su sensibilidad artística oculta, cambia en parte su modo de ver o juzgar su entorno.
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