4.12.13

ESPEJO PÚBLICO

Paco Marqués

Un bar aux Folies Bergère (1882) de Édouard Manet



















Cuenta Dan Graham que a la temprana edad de 14 años leyó por primera vez El Ser y la Nada de Jean-Paul Sartre. Este es un dato que repite con frecuencia en las entrevistas que realiza, lo que indica tanto el deseo por dejar clara su precocidad intelectual, como por evidenciar el origen de uno de los temas más recurrentes en su obra: mostrarnos a nosotros mismos en relación a los demás, mostrarnos siendo observados mientras observamos. Será a partir de la instalación realizada para la Bienal de Venecia de 1976, Public Space / Double Audience (obra seminal pero demasiado simple en opinión del propio artista), cuando decidirá hacer partícipe al paisaje, convirtiéndolo en agente activo en este juego dialéctico de construcción de la identidad individual y colectiva.

Si de un modo equivalente interpretamos el Espacio Público como mediador entre el ego y la sociedad, podríamos concluir diciendo que el papel de la arquitectura consiste en simular un juego de reflejos. Esta cuestión es la que pretende hilvanar los distintos pensamientos convocados en este texto, una pequeña colección de reflexiones sobre la capacidad de algunas imágenes para devolvernos la mirada.

¿QUÉ VEO CUANDO MIRO ALGO?

Las imágenes que proyecta la arquitectura, las situaciones que posibilita, tienen la capacidad de provocar reacciones emocionales basadas no sólo en la experiencia física sino también en las asociaciones que cada uno construimos, tanto desde nuestra memoria personal como colectiva. Frente a arquitecturas autorreferenciales que alentadas por políticas de consumo reclaman su presencia en el mercado desde cierta (equivocada) idea de novedad, prefiero aquellas capaces de formar parte de un entramado cultural más amplio, de mantener un diálogo vivo con lo común, lo compartido. Arquitecturas sin tiempo, en las que pasado, presente y futuro son sólo aspectos parciales de una realidad única e indivisible.

Para poder aproximarnos a estas cuestiones de un modo honesto (y productivo) es necesario esforzarse por reducir distancias con la experiencia de lo vivido, de lo real. Tal y como apunta Perec es fundamental cuestionar nuestros ritmos, nuestras costumbres, interrogar aquello que creíamos saber hasta el punto de haberse vuelto invisible. Me estoy refiriendo a lo común, a lo cotidiano, como sustrato sobre el que pensar lo público desde la arquitectura.

RELACIONES AFECTIVAS

El diseñador británico Jasper Morrison se encontró, en el escaparate de una tienda de segunda mano de Londres, con unas bonitas copas de vidrio soplado a mano que acabaron formando parte de su colección. Poco a poco, a través del uso diario, empezaron a convertirse en algo más que objetos agradables a la vista, y comenzó a sentir su presencia de otro modo. Beber vino en una de estas copas resultaba más placentero que hacerlo en cualquier otra. Su sola presencia sobre la mesa del comedor, incluso estando vacías, parecía impregnar toda la estancia. Este tipo de experiencias, extraordinariamente comunes (todos acumulamos recuerdos de relaciones similares con todo tipo de objetos y lugares), le llevaron a hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo era posible que muchos diseños fallasen en el intento de atrapar esta cualidad y unas copas ordinarias, no “diseñadas”, lo consiguiesen? A partir de este momento comenzó a medir su trabajo en relación a objetos como estos, sin importarle si el resultado era más o menos llamativo, más o menos atractivo desde criterios meramente estéticos. De hecho, la búsqueda de cierta invisibilidad comenzó a convertirse en un requerimiento, dejando de ser una meta a alcanzar el dotar a dichos objetos de adjetivos como “especial”, “singular” y “novedoso”. Se trataba de evitar añadir más ruido sobre nuestro entorno, de posibilitar experiencias más satisfactorias en nuestro encuentro con las cosas. “Supernormal” es la palabra clave con la que denomina la filosofía sobre la que basa desde entonces su trabajo.

Podríamos rastrear en mil direcciones búsquedas paralelas unidas por el deseo de resolver ese oxímoron imposible que plantea Morrison. Una de ellas, traducida a la especificidad de la Arquitectura, la encontramos en el texto En busca de la arquitectura perdida, escrito por Peter Zumthor:

“Cuando me pongo a proyectar me encuentro siempre, una y otra vez, sumido en viejos y casi olvidados recuerdos, e intento preguntarme: qué exactitud tenía, en realidad, la creación de aquella situación arquitectónica; qué significó entonces para mí, y en qué podría servirme de ayuda tornar a evocar aquella rica atmósfera que parece estar saturada de la presencia más obvia de las cosas, donde todo tiene su lugar y su forma justa. En este proceso no deberíamos destacar, en absoluto, ninguna forma especial, pero sí dejar sentir ese asomo de plenitud, y también de riqueza que le hace a uno pensar: eso ya lo he visto alguna vez, y, al mismo tiempo, sé muy bien que todo es nuevo y distinto, y que ninguna cita directa de una arquitectura antigua revela el secreto de ese estado de ánimo preñado de recuerdos”.

EL PELIGRO DE LA DISTANCIA

Asplund comentó en un texto de 1916 titulado “Peligros arquitectónicos actuales para Estocolmo: Los edificios de apartamentos” lo siguiente:

“La mayoría de los edificios de apartamentos modernos parece querer hacerse notar en la imagen de las calles. A lo mejor esto depende, en ocasiones, de la vanidad y deseo de publicidad del promotor. Pero con la misma frecuencia ocurre que el arquitecto, cuando ha recibido el encargo del proyecto, ha pensado: “Aquí vamos a hacer algo divertido”. Ha conseguido el plano de situación y se ha ido a su casa, ha abierto un libro, y ha empezado a hacer croquis y dibujar sin tener en cuenta la realidad. Por eso muchos edificios de apartamentos modernos parecen ser meras ampliaciones de las ilustraciones del estilo arquitectónico de moda en aquel momento”.

Por desgracia esta situación descrita por Asplund resulta molestamente familiar. Nuestro objetivo debería ser luchar contra ella, esforzándonos día a día por reducir la distancia que va de lo real, lo vivido, a la mesa de trabajo. Tal vez un camino (si soy sincero, creo que el único posible) sea centrar nuestra atención en las cosas, en lo concreto, tal y como aprendimos de William Carlos Williams, de Calvino y de tantos otros.

PROFESIÓN POÉTICA

En el prólogo a su Poesía Completa, Jorge Luís Borges aplica a las letras el argumento que el filósofo irlandés George Berkeley aplicó a la realidad. El sabor de la manzana (declara Berkeley) está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma; análogamente (dice Borges) la poesía está en el comercio del poema con el lector, no en la serie de símbolos que registran las páginas de un libro. Lo esencial es el hecho estético, el thrill, la modificación física que suscita cada lectura. Resulta fácil trasladar este pensamiento al campo de la arquitectura, concluyendo que esta no es el edificio construido, sino las relaciones que establecemos con él, a través de él. Mies van der Rohe dijo en una ocasión: “la arquitectura es en un 90% construcción y del 10% restante no quiero hablar”. Ese 10% representa la reclamación de una necesaria dimensión poética, un alegato en favor de una arquitectura sin retórica.

FAMILIARIDAD Y EXTRAÑEZA

En su popular Canon Occidental, Bloom viene a identificar la extrañeza como la cualidad distintiva de la obra canónica (según su propia acepción del término), describiéndola como una forma de originalidad que, o bien no puede ser asimilada, o bien nos asimila de tal modo que dejamos de verla como extraña (Dante vs. Shakespeare) Como resultado, cuando uno se enfrenta a una obra canónica por primera vez, experimenta la misteriosa sensación de sentirse extraño en su propia casa.

Creo que la persistencia de dicha extrañeza, la resistencia a ser acorralada por la convención, es una característica inherente a toda gran obra (proporcional a su intensidad poética), lo que explica que sigamos leyendo con interés estudios sobre la obra de Mies, de Sullivan o de Fehn.

A modo de corolario propongo un paseo por la Vicenza de Palladio, por el Federal Center de Chicago, por la sede del diario Economist en Londres, por el cementerio de Estocolmo. Pasar una tarde de abril en Central Park, acompañado de amigos.

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