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Tumbas excavadas y restos del coro de la iglesia neogótica de San Pedro. Claudia María Melisch, Berlín, 2008. |
La
ciudad, como el ser vivo, está sometida al devenir. Y, también como el ser
vivo, nace en un momento determinado, crece, se desarrolla, y se nutre del
medio. Quizás la gran diferencia entre ambos estriba en que la ciudad no
termina de existir: habrán de permanecer sus huellas, persistirán sus estratos,
visibles o no, en un estadio latente siempre susceptible de ser reencontrado.
Otras nuevas ciudades surgirán, se impondrán, se superpondrán o utilizarán su
materia preexistente como sustento o, como si de un tejido orgánico se tratase,
se regenerará la estructura original con trasplantes y operaciones que la
estabilicen.
El
ente urbano es el escenario por antonomasia de la memoria colectiva y del
cambio permanente, inducido o motivado por las sutiles y minúsculas mutaciones
individuales (los trasuntos, los flujos, los progresos...). Es por ello que un
acercamiento, una aproximación suficiente a la ciudad nunca ha de omitir sus
tiempos pasados, ni sus vinculaciones posibles con los presentes y venideros.
Asimismo, la urbe es entendible como realidad compleja, poliédrica, facetada, plural,
de forma que la mirada, la perspectiva, es la que le da significado y delimita
sus rasgos.
Uno
de los medios que permiten condensar los tiempos y radiografiar las sustancias es
el desvelo: traer algo al presente, reconocerlo y sacarlo a la luz. La
desvelación, aunque excepcionalmente pueda darse de forma fortuita, suele
producirse a través de la mirada inusual, que rastrea, que enfoca y que sabe
reconocer el hallazgo. Es consecuencia de un anhelo, de una inquietud que
motiva la búsqueda de una realidad oculta, seguramente enraizada en la llamada
del propio objeto esperando a ser encontrado.
El
descubrimiento se trata de un acontecimiento que implica un proceso de
alteración del estado anterior de un elemento que, al ver la luz en un tiempo
nuevo, al manifestarse, mostrará cualidades y condicionantes igualmente
inéditos. El acto del desvelo perturba al espectador, al investigador o al
coleccionista, pero también al objeto hallado.
Esta
suerte de revelación se nos presenta en la ciudad de múltiples formas. Tal vez
la más evidente sea la sustracción de las vestiduras y disfraces, que
manifiestan tras de sí los esqueletos y las entrañas escondidas: los restos de
los armazones de madera, las desprotegidas estructuras de vigas y forjados
desnudos, las huellas de escaleras, de los enseres domésticos, de los tesoros
guardados como pecios de un naufragio.
Si
la desvelación anterior es domesticada por el tiempo, la erosión y la
destrucción, la que procede de la mirada activa y escrutadora es de naturaleza opuesta:
creativa y constructiva. Se basa en la capacidad de abstraer los elementos
cotidianos y desentrañar, desvelar, aquellos parámetros intangibles e
implícitos que sólo la intencionalidad es capaz de hacer evidente.
En
ocasiones, sin embargo, para descubrir algún fragmento de la ciudad es preciso
enterrar otro. El ocultamiento, el velo, paradójicamente, posibilita un
entendimiento insospechado del objeto expuesto (o tapado) alterando, por
contraste o inversión, su significante. La ausencia reconstruye la presencia y
el elemento otrora ordinario, habitual, cotidiano, se reviste de una insólita condición
que lo hace más presente, más “existente”.
Conocer
la ciudad en sus momentos de debilidad, de exposición al medio, permite
entenderla con una mayor amplitud. Desde los remanentes de sus vacíos que
evidencian las huellas de los crímenes perpetrados, hasta en sus grietas más
profundas, en sus heridas, en sus oquedades y hendiduras que desvelan su
contenido más recóndito. La manifestación, el fenómeno, es el agente que nos
hace reflexionar acerca de los diversos caracteres urbanos, nos hace
conscientes y sabedores de su esencia, y nos incita a intervenir en ella con
conocimiento de causa.
Y,
al fin y al cabo, en el envés de la ciudad, en el reflejo, en lo sombrío, en lo
secreto, en lo íntimo, siempre acaba haciéndose posible el reconocimiento de
otras existencias que dilatan la de uno mismo.
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