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Transformaciones topológicas |
TRADUCCIÓN-TOPOLOGÍA
Traer algo y dejarlo en otro receptáculo
es darle una traducción y una nueva semántica que, lejos de tener que ver con
el tiempo, multiplica el espacio a través de la transcodificación aplicada.
Leemos bajo un código, y de pronto ese código cambia. Traducir es perder cierta
información para generar otra. Algo se pierde en el camino para ganar otra
cosa. Entiendo que esto es a lo que la matemática llama topología: “La disciplina que no estudia lo que miden los objetos o
las distancias entre ellos, sino las trasformaciones continuas de los objetos,
cómo un objeto puede ser deformado de manera continua hasta llegar a ser otro
de apariencia totalmente distinta, aunque topológicamente sean la misma cosa”.
El ejemplo clásico es el de la rosquilla
o donut que, tras deformarlo, se
convierte en una taza con asa. Desde un punto de vista topológico, la taza con
asa y el donuts son el mismo objeto, ya
que ambos tienen un solo agujero. No
obstante, ha cambiado de apariencia, “uno se ha traducido en otro”, de alguna
manera no son ya la misma cosa. Por ejemplo, topológicamente yo soy el mismo
que cuando nací, mi cuerpo tiene los mismos agujeros, pero mi aspecto no es el
mismo; por lo de pronto, cada 15 años todas las células del cuerpo –salvo
cierta clase de células cerebrales y otras de los ojos–, se renuevan, mueren y
son otras.
Todo esto está relacionado con mi
literatura –incluido el género ensayístico–, que opera importando materiales
ajenos para mezclarlos con los propios, deformar productos originales o de
segunda generación, sacarlos de quicio, desviarlos y enchufarlos a otras
corrientes, que no son casi nunca temporales sino espaciales en el sentido en
que estamos usando la palabra espacio.
Vistos a posteriori, esas literaturas no
cuenta historia alguna (tiempo), sino que construye una historia en relaciones
espaciales.
En la modernidad, el horizonte utópico
trataba de acoplar el hombre a la máquina –el sueño cyborg es principalmente
moderno, y ya antes Newton hablaba del Mundo como una Máquina, sólo que
acoplada a Dios en vez de al hombre–, y una máquina, principalmente, “cuenta
una historia”, genera una historia, en tanto sus procesos básicos se relacionan
con el tiempo o con la eficacia de sus piezas en virtud de su desarrollo
temporal. En la posmodernidad tardía, el horizonte utópico es la Red, el ser
humano desea estar fundido en una Red Global, y las redes no hablan de tiempo sino
de topologías y de espacios.
TIEMPO TOPOLÓGICO-HIPPIES DIGITALES
Me remonto a la idea tiempo que me llegó
a través de la obra y los textos de Robert Smithson, quien extrajo, a su vez,
su idea de la temporalidad de los textos del antropólogo Lévi Strauss, El pensamiento salvaje (1961) y Mito y significado (1972).
El concepto de tiempo del que me valgo,
aplicado a mis necesidades, es que no existe progreso, al menos en cierto sentido
convencional de la palabra.
Solemos pensar que las personas, y por
añadidura las civilizaciones anteriores a las nuestras, poseían un pensamiento
menos avanzado y menos sofisticado que el actual; quizá no sea así, quizá el
hombre primitivo era un artefacto tan inteligente y sofisticado como nosotros
lo somos hoy. No en vano, cuanto más pasa el tiempo más entendemos aquel
pasado. Tanto el paso del tiempo como nuestro desarrollo, nos acercan al hombre
primitivo en vez de alejarnos de él, de manera que, en cierto plano, nuestro
tiempo es su mismo tiempo. Si el hombre primitivo fuera menos sofisticado que
nosotros, el paso del tiempo nos alejaría de él en vez de acercarnos. Y esto
constituye para mí una de las ideas claves para visualizar y relacionar los
materiales de que dispongo. Que nadie vea en esto una apología del primitivismo
cultural común a los inicios del siglo XX, nada más lejos de mi realidad, sino
mi idea de que el tiempo es algo que no avanza según una recta. En efecto,
entiendo el tiempo como una superposición y entrelazamiento de capas de
momentos históricos. O un globo que crece a medida que va conteniendo y
actualizando en su superficie todo lo ocurrido hasta entonces. El tiempo de las
obras no es un tiempo vectorial. Cada punto de la Historia es una superposición
de toda la Historia. Me interesa, en particular, la idea del “tiempo
topológico” apuntada por el californiano George Kubler en su libro Shape of time (1962) (La configuración del tiempo). Tiempo
topológico que él distingue del tiempo biológico así como del cronológicamente
vectorial o hegeliano.
Entiendo “tiempo topológico” como aquel
que busca asociaciones entre objetos, ideas o entes que se dan simultáneamente,
en un tiempo presente, cosas que forman un sistema, aunque algunos de esos
objetos, ideas o entes que conforman ese sistema hayan sido originados hace
siglos y otros hace apenas un minuto.
Las cosas se desarrollan por copias y
réplicas ligeramente mutadas, y éstas cosas se conectan en lo que hoy llamamos
redes. El ser humano es, tanto genética como antropológicamente hablando, una
máquina de copiar introduciendo cambios, errores en la copia. El ojo, ante
todo, copia. Un recién nacido, ante todo, copia. La computadora, ante todo,
copia. Y tras esas copias vienen las mutaciones interesantes. También los
objetos se desarrollan por errores, el error es una fuente de cambios
interesantes, una red de errores puede dar origen a muchos aciertos.
El lugar en donde conviven hoy al mismo
tiempo y conectados todos los objetos, ideas o entes, ya sean originales,
copias o errores, antiguos o contemporáneos, es Internet, espacio físico y
simbólico en el que el tiempo parece realmente la suma de todos los tiempos,
todas las capas de tiempo. Es uno de los lugares donde se plasma el “tiempo
topológico” al que me refería antes. No en vano, la pantalla se refresca a cada
instante sin degradación ni pérdida de materia (salvo catástrofe del disco
duro) para que podamos llegar a cualquier lugar del “tiempo topológico” a
través de sucesivas capas de archivos “realmente existentes”.
Creo que Internet es una arqueología
contemporánea. En mis obras percibo también esa característica. Interpreto la
red Internet como un gran Contenedor de Tiempo en el que, paradójicamente, se
ha borrado el tiempo.
Para mí, cualquier cosa que haya llegado
desde tiempos remotos hasta nuestros días es tan contemporánea como lo es un
objeto de última generación, ya que el tiempo topológico, el tiempo de las
relaciones, las copias y las reinterpretaciones, todo lo actualiza, y ese
tiempo es, para mí, la propia esencia de Internet y quizá casualmente, no lo
sé, de mi literatura, aunque en mi literatura, como he dicho no tenga Internet
una relevancia más especial que las vacas, los teléfono o los bolígrafos.
Otra manera de visualizar esta imagen
sería la siguiente: Internet es un océano realmente de agua, al que vamos
tirando cosas, algunas van al fondo, otras flotan y otras quedan suspendidas
entre el fondo y la superficie; todas son llevadas por unas corrientes que no
llegamos a controlar. Y que esos objetos estén en el fondo, en la superficie o
en suspensión no depende de cuándo los hayamos tirado, ni depende de lo
antiguos o contemporáneos que sean, sino de una característica de cada objeto
que nada tiene que ver con el tiempo: su densidad. Si hacemos una foto de un
instante de ese océano, lo que veríamos no sería el tiempo cronológico de lo
que hemos tirado, sino una topología que relaciona objetos, un tiempo
topológico.
Así, estamos de momento en un tiempo
privilegiado, podemos hacer lo que queramos en Internet y, si hay talento,
hacerlo bien. Ése parece ser ahora el estado de nuestro contenedor de tiempo
topológico y superpuesto llamado Internet. No existen objetos pasados ni
futuros, todo se da al mismo tiempo. El Gran Archivo.
Como un paraíso en el que aún fuéramos
hippies.
Es el claro ejemplo del viejo Fragmento
124 de Heráclito: “el mundo más bello es la basura esparcida al azar”. Lo que,
de paso, nos vale para reforzar la idea de que lo antiguo y lo contemporáneo,
no son lo mismo, pero se tocan. Ese estado, aparentemente perjudicial de
desorden y gran cantidad de entropía, resulta altamente beneficioso: sabemos ya
que todo Sistema Complejo, sistema que se desarrolla no como una organización
sino como un organismo, está vivo porque en el desorden y en la entropía se
encuentra una vía para, desde ahí mismo, generar organismos nuevos.
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