6.11.13

ACCIONES EN LA CIUDAD EN CRISIS

Conexiones, espasmos y calambres

María González García


Huerto en un cráter en la catedral de Westminster en Londres después de un bombardeo alemán en Julio de 1942
Tenemos doblemente razón, confesémoslo: estamos en lo cierto al ser racionales tratando de ordenar nuestras ciudades y proporcionar habitaciones para todos; pero también tenemos razón en intentar cuidar tiernamente la imperfección que tratamos de eliminar. Esta contradicción, ya expuesta por el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss en 1955 en su libro Tristes Trópicos, podría ser el mea culpa de la sociedad moderna en cuanto a su mirada sobre la ciudad, si es que estuviésemos dispuestos a reconocerlo.

Esforzados en sanar nuestras urbes de los males que han ido padeciendo desde que ciudadanos y máquinas empezaron a convivir en ella a finales del siglo  XIX, la arquitectura ha propuesto diferentes acciones de urgencia para intentar sanar sus males. Desde cirugías audaces como las practicadas por Haussman o anunciadas por Le Corbusier para el corazón de París,  cuyo destino era la eliminación de la podredumbre de sus inmueble y la introducción de sol y aire en las congestionadas calles de las grandes metrópolis, hasta arquitecturas propagandísticas como las diseñadas en Norteamérica en los años cincuenta, que mediante terapias emocionales trataban de recuperar la felicidad de una sociedad posbélica a través de la vida hedonista desarrollada en sus casas-modelos tantas veces difundidas a través de los medios de la época utilizando imágenes coloristas y eslóganes positivistas.

Mientras, en los márgenes, la ciudad se ha ido haciendo y deshaciendo a través de ocupaciones sucesivas, acciones que han encontrado en estos resquicios (solares, descampados, cubiertas…), un laboratorio desde donde poder ensayar otros modelos urbanos. Una ciudad cuyo crecimiento no responde solamente a reajustes de su forma-función a través del proceso unidireccional planificación-edificación, tal como lo expuso Ignasi de Solà-Morales, sino que se ve afectada por estados de mutación súbita, situaciones de crisis en la que la arquitectura debe atender a sus impulsos, calambres y conexiones sin patrones preestablecidos.

Las tentativas urbanas llevadas a cabo en estos espacios, han pasado de la planificación y la edificación a la experimentación espacial y la construcción de lugares mediante habitabilidades blandas sin vocación de permanencia. El trabajo con los sedimentos culturales, con los residuos espaciales o el desvelamiento de la capa natural de las ciudades, oculta tras el asfalto o los adoquines, han sido algunas de las estrategias seguidas por estas prácticas urbanas que han utilizado la fiesta, la danza o el juego como instrumentos de apropiación o simulacro urbano. Experiencias que al producirse han construido su propio lenguaje, transplantando significados de otros ámbitos o incorporando mensajes utópicos que, con actitudes a veces desobedientes, otras curiosas, han sido puestas en práctica como sugeriría John Cage, con la naturalidad del que juega sin intentar extraer orden del caos, ni de sugerir mejoras en la creación, sino simplemente un modo de despertar a la vida misma que vivimos.

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